jueves, 9 de agosto de 2007

La sociedad sin dinero (Cápitulo 6 de ?: Posible y sustentable)

El universo presentado en el capítulo anterior quizás parezca un cuento de hadas, un delirio fantástico, o una construcción onírica propia de un mundo sin lógica, pero no es el caso, la lógica que la rige es precisa, sus diferencias con la sociedad actual no está allí, sino en los axiomas en las que se basan ambas.

En nuestra sociedad reina la individualidad. Cada persona vive como si fuera el único ser del universo, entonces para ella, no hay nadie que le regale algo, ni nadie a quién ofrecer algo. De esa percepción surge la necesidad de negociar, cuando se quiere obtener placer, el mismo es canjeado por algún dolor. Luego, del negociar, germina la competencia, con ella, el negociante, otorgará el placer ofrecido a quién pague mayor dolor por él, pues él, para poder brindar ese placer que ahora está vendiendo, fue, de los clientes de su proveedor, el que más dolor ofreció, y ese escenario hace que el placer aumente su precio en dolor, lo cual refuerza la competencia, y perpetua el incremento de la brecha entre el valor del placer y el dolor. En cierto momento, el dolor crece tanto, que el individuo no puede soportarlo, y en esas circunstancias, se vuelve tentadora la idea de transferir a otros el sufrimiento necesario para pagar nuestro placer, siendo esta la matriz de donde nacen las empresas, las cuales crecen y se vuelven corporaciones. A esa tiranía llegó nuestra civilización, donde el valor monstruoso en dolor que adquirió el más simple placer, es transferido de dueños a gerentes, de gerentes a jefes, y de jefes a empleados, generando miles de torturados, para que una única persona tenga algunos momentos de placer.

La sociedad propuesta, en cambio, parte de una visión, en la que un grupo de personas con variados grupos y costumbres, viven como iguales. En esa realidad existen numerosas personas dispuestas a darnos lo que deseamos, y varias personas deseosas de lo que nosotros ofrecemos. Los deseos de todos los integrantes de esta sociedad, se convierten en placer inmediatamente, y lo que es más importante, no requirieron dolor para obtenerse. Esta instantaneidad y gratuidad, provoca que estos deseos no se conviertan en psicóticos, ni se disparen como compensación del sufrimiento padecido, sino que surgen sanamente de la íntima naturaleza de cada ser. La consecuencia de esta particularidad en el nacimiento de los mismos, es que el conjunto de deseos generados por la sociedad es altamente productivo, le otorgan a la sociedad más de lo que consumen de esta. El motivo de esta elevada productividad se debe a dos factores: El primero, y el de mayor importancia, es el explosivo incremento de la producción, fruto de la satisfacción de la vocación en cada uno de los integrantes de la sociedad. El segundo factor es la utilización comunitaria, y por lo tanto más eficiente, de los recursos que posee. En esta sociedad, donde uno puede obtener inmediatamente lo que desea, la propiedad privada es sencillamente ridícula, pues la misma es hija de la competencia, y esta no tiene como vivir en una sociedad con las características planteadas.

El relato del capítulo previo, refleja, en el breve pasaje de su personaje principal por la sociedad propuesta, los factores mencionados en el párrafo anterior. El primero de ellos, es ejemplificado principalmente por el gran proyecto en el cual el personaje principal abocará sus energías, también en la cordial atención en el restaurante, e indirectamente en el confort del auto que este maneja, y en la calidad de los alimentos que saborea, dado que en la producción de los mismos, cumplieron sus respectivas vocaciones, ingenieros, mecánicos, labradores, e innumerables personas realizando las tareas que más le agradaban en ese momento. El segundo factor, es visible explícitamente en la utilización que hace el personaje de los autos, e implícitamente en la conveniencia de desayunar en el restaurante y no prepararse individualmente el desayuno. En el primer caso, el uso compartido del bien, provoca que siempre tenga uno a disposición, y que la utilización del mismo sea mayor, dado que este nunca duerme guardando polvo en un garaje. El segundo caso refleja como naturalmente el personaje elige la opción grupal, óptima en cuanto a consumo de recursos, en demérito de la individual.

En conclusión, la sociedad propuesta, no solo es posible y sustentable, sino que también su productividad es, por definición, mayor a cualquiera que esté basada en la individualidad, como es el caso de la nuestra.

5 comentarios:

pedro jose dijo...

bueno hablando con un amigo sobre la estructura social actual.
lleguemos a ver que la sociedad actual esta mas desarrollada la ciencia en todos los sentidos , pero en lo social estamos en la epoca romana no hemos avanzado muncho desde entonces incluso retrocedimos en la edad media hasta la llegada del renacimiento .
vamos que la comparacion es igual que si le dieramos ua bomba atomica a un hombre de las cavernas que haria con ella .
imaginatelo daria vueltas alrededor de ella dandole con un baston imaginate lo que podria ocurrir ese es uno de los grandes problemas de esta sociedad

djbm dijo...

Hola Pedro Jose,

Estoy de acuerdo, la sociedad no ha avanzado con respecto a su estructura desde hace miles de años, e incluso, como digo en el capítulo 2 de esta serie, considero que dió un paso atras.

Un abrazo,
Diego

pedro jose dijo...

te mando un comentario de la enciclopedia wikypedia sobre la historia de la propiedad privada y la familia a er si te perece interesante

matrimonio sindiásmico: Es el paso anterior a la familia monogámica que se se diferencia del matrimonio sindiásmico por una solidez mucho más grande de los lazos conyugales, que ya no pueden ser disueltos por deseo de cualquiera de las partes.

gens: (según la wikipedia) La familia romana esta formado por los más próximos (agnados), pero a medida que la familia se extiende se forma la gens o raza de un tronco común, integrada por la familia propiamente dicha (adnati) y por los gentiles, todos aquellos procedentes del mismo antepasado.
Sólo que aquí Engels usa el término gens no sólo para la romana, de modo que las primeras referencias son familias por vía materna.



En el Mundo Antiguo, la domesticación de animales y la cría de ganados habían abierto un manantial de riqueza desconocido hasta entonces, creando condiciones sociales enteramente nuevas. Hasta el estadio inferior de la barbarie, la riqueza duradera limitábase poco más o menos a la habitación, los vestidos, alhajas y enseres necesarios para preparar los alimentos: la barca, las armas, los trebejos caseros más sencillos. Antes había que conquistar al día el alimento. Pero desde aquel instante, con sus manadas de caballos, camellos, asnos, bueyes, carneros, cabras y cerdos, los pueblos pastores, que iban ganando terreno (los arios en el país de los cinco ríos y en el valle del Ganges, así como en las, a la sazón, mucho más espléndidamente irrigadas estepas del Oxus y del Yaxartes y los semitas en el Eufrates y el Tigris), habían adquirido riquezas que sólo necesitaban vigilancia y los más burdos cuidados para reproducirse en una proporción cada vez más grande, y suministrar abundantísima alimentación en carne y leche. Desde entonces quedaron en segundo término todos los medios con anterioridad empleados; la caza, que en otros tiempos era una necesidad verdadera, trocóse en un lujo.

¿A quién pertenecía aquella nueva riqueza? No cabe duda alguna de que, en su origen, a la gens. Pero muy pronto debió desarrollarse la propiedad particular de los rebaños. Es difícil decir si el patriarca Abraham era considerado, por el autor de lo que se llama el primer libro de Moisés, como propietario de sus rebaños, en virtud de un derecho particular (como jefe de una comunidad familiar), o en virtud de su carácter de jefe hereditario de una gens. Lo cierto es que no debemos imaginárnoslo cómo propietario, en el sentido moderno de la palabra. Además, es cierto que en los umbrales de la historia auténtica encontramos ya en todas partes los rebaños como propiedad particular de los jefes de familia, con el mismo título que los productos del arte de la barbarie, los enseres de metal, los objetos de lujo, y finalmente, el ganado humano, los esclavos.

Porque desde ese momento queda también inventada la esclavitud. El esclavo no tenía valor ninguno para los bárbaros del estado inferior. Por eso los indios americanos de aquella época obraban con sus enemigos vencidos de una manera muy diferente de como se hizo en el estadio superior. Los hombres eran muertos o adoptados como hermanos por la tribu vencedora; casaban a las mujeres o las adoptaban, al mismo tiempo que a sus hijos supervivientes. En este estadio, la fuerza «trabajo humano» no produce aún excedente apreciable sobre sus gastos de costo. Pero al introducirse la cría de ganado, la fabricación de los metales y de los tejidos, y, por último, la agricultura, tomaron otro aspecto las cosas. Así como las mujeres, tan fáciles de adquirir en otro tiempo, lograban ahora tener valor cambiable y se compraban, lo mismo aconteció con las fuerzas productoras de trabajo, sobre todo desde que los rebaños se habían convertido definitivamente «a propiedad familiar>>. La familia no se multiplicaba con tanta rapidez como el ganado. Se necesitaban más personas para la custodia de éste, podía utilizarse para ello el prisionero de guerra, que además se prestaba para producir una raza, lo mismo que el ganado.

Convertidas todas estas riquezas en propiedad particular de las familias, y aumentadas después rápidamente, removían en sus cimientos la sociedad fundada en el matrimonio sindiásmico, y en la gens, basada en el matriarcado. El matrimonio sindiásmico había introducido en la familia un elemento nuevo. Junto a la verdadera madre había puesto el verdadero padre (verosímilmente más auténtico que muchos 'padres' de nuestros días). Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces, el papel del hombre consistía en proporcionar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello, y por consiguiente, era propietario de estos últimos; se los llevaba consigo en caso de separación, de igual manera que la mujer conservaba sus enseres domésticos. Según la costumbre de aquella época, el hombre era igualmente propietario del nuevo manantial de alimentación (el ganado), y más adelante, del nuevo medio de trabajo (el esclavo). Pero según la usanza de aquella misma sociedad, sus hijos no podían heredar de él, porque acerca de este punto pasaban las cosas como vamos a ver ahora.

Con arreglo al derecho materno, es decir, mientras la descendencia sólo se contó por línea femenina, y según la costumbre hereditaria primitiva usual en la gens, los miembros de ésta heredaban al principio de su pariente gentil difunto. La fortuna debía quedar, pues, en la gens. Por efecto de su poca importancia en la práctica, debió de ir la sucesión a los parientes más próximos, es decir, a los consanguíneos por línea materna. Pues bien: los hijos del difundo no pertenecían a su gens, sino a la madre; al principio heredaron con los otros consanguíneos de su madre; más tarde heredaron de ella en primera línea, pero no podían ser herederos de su padre, porque no pertenecían a su gens, en la cual debía quedar su fortuna. A la muerte del propietario de rebaños, éstos pasaban en primer término a hermanos y hermanas, y a los hijos de estos últimos, o a los descendientes de las hermanas; en cuanto a sus propios hijos, estaban desheredados.

A medida que iba en aumento la fortuna, por una parte daba al hombre una posición más importante que a la mujer en la familia, y por otra parte, hacía nacer la idea en él de valerse de esta ventaja para derribar en provecho de los hijos el orden de suceder establecido. Pero esto no pudo hacerse mientras permaneció vigente la filiación de derecho materno, la cual tenía que ser abolida, y lo fue. Eso no fue tan difícil como hoy nos parece; porque aquella revolución (una de las mayores que la humanidad ha visto) no tuvo necesidad de tocar ni uno solo de los miembros vivos de una gens. Todos los miembros de ésta podían seguir siendo después lo que habían sido antes.


Bastó decidir, sencillamente, que en lo venidero los descendientes de un miembro masculino permanecían en la gens, pero los de un miembro femenino saldrían de ella pasando a la gens de su padre. Así quedaron abolidos la filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno. Nada sabemos respecto a cómo y cuándo hubo esta revolución en los pueblos cultos, puesto que se remonta a los tiempos prehistóricos. Pero tenemos pruebas más que suficientes de que se realizó, en los numerosos vestigios del matriarcado reunidos principalmente por Bachofen; y con qué facilidad se verificó, lo vemos en toda una serie de tribus indias, donde acaba de efectuarse recientemente y se efectúa aún en la actualidad, en parte por influjo del incremento de las riquezas y el cambio de género de vida (emigración desde los bosques a las praderas), y en parte por la influencia moral de la civilización y de los misioneros. En ocho tribus del Missouri, seis tienen una filiación y un orden de suceder masculinos, que en las otras dos son femeninos. Entre los schawnees, los miamies y los delawares se ha introducido la costumbre de dar a los hijos un nombre perteneciente a la gens paterna, para hacerlos pasar a ésta con el fin de que puedan heredar de su padre. 'Casuística innata en los hombres la de cambiar las cosas cambiando sus nombres y hallar rodeos para romper con la tradición, sin salirse de ella, en todas partes donde un interés directo da impulso suficiente para ello' (Marx). Resultó de ahí una espantosa confusión, la cual no se podía remediar, y no se remedió sino en parte, más que con el paso al patriarcado. 'Por lo común, ésta parece ser la transición más natural' (Marx). Acerca de lo que a los jurisconsultos se les ocurre decir sobre el modo cómo en la antigüedad hubo de realizarse esa transición (casi puras hipótesis) véase Kovalevsky, Cuadro de los orígenes y de la evolución de la familia y de la propiedad. Stokolmo, 1890).

La abolición del derecho materno fue la gran derrota del sexo femenino. El hombre llevó también el timón en la casa; la mujer fue envilecida, domeñada, trocóse en esclava de su placer y en simple instrumento de reproducción. Esta degradada condición de la mujer, tal como se manifestó sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada y disimulada, en ciertos sitios hasta revestida de formas suaves; pero de ningún modo se ha suprimido.

El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y la hora en que se fundó, se encuentra en la forma intermedia de la familia patriarcal que surgió en ese momento. Lo que la caracteriza, sobre todo, no es la poligamia, de la cual hablaremos luego, sino la organización de cierto número de individuos (libres o no) en una familia bajo el poder paterno del jefe de ésta. En la forma semítica ese jefe de familia vive en plena poligamia, los esclavos tienen mujer e hijos, y el objetivo de la organización entera es la guarda de ganados en un determinado terreno. El punto esencial consiste en la incorporación de los esclavos y la patria potestad paterna; por eso, la familia romana es el tipo cabal de esta forma de familia. En su origen, la palabra familia no significa el ideal formado por una mezcla de sentimentalismo y disensiones domésticas del mojigato de nuestra época; al principio, entre los romanos, ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. Famulus quiere decir 'esclavo doméstico', y familia designa el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre. Todavía se transmitía testamentariamente en tiempo de Cayo la familia, id est patrimonium, es decir, la parte de herencia. La expresión esta la inventaron los romanos para designar un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos, y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y derecho de vida y muerte sobre todos ellos. 'La palabra no es, pues, más antigua que el broncíneo sistema de familia de las tribus latinas que nació al introducirse la agricultura y la esclavitud legal, y después de la escisión entre los arios itálicos y los griegos'. Y añade Marx: 'La familia moderna contiene en germen, no sólo la esclavitud ('servius'), sino también la servidumbre, puesto que desde el comienzo refiérese ésta a los servicios de la agricultura; encierra en miniatura todos los antagonismos que se desarrollarán más adelante en la sociedad y en su Estado'.

Esta forma de familia señala el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para asegurar la fidelidad de la mujer, y por consiguiente, la paternidad de los hijos, es entregada aquélla sin reservas al poder del hombre; cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho.



[..]


En cuanto a los griegos de una época más reciente, debemos distinguir entre los dorios y los jonios. Los primeros, de los cuales Esparta es el ejemplo clásico, se encuentran desde muchos puntos de vista en condiciones conyugales mucho más primitivas que ias pintadas por Homero En Esparta existe un matrimonio sindiásmico modificado conforme a la idea local del Estado y que presenta muchas reminiscencias del matrimonio por grupos. Las uniones estériles se rompen; el rey Anaxándrides (hacia el año 560 antes de nuestra era) tomó una segunda mujer, sin dejar a la primera, que fue estéril, y sostenía dos domicilios conyugales; hacia la misma época, teniendo el rey Aristón dos mujeres sin hijos, tomó otra tercera, pero en cambio repudió a una de las dos primeras. Además, varios hermanos podían tener una mujer común; el hombre a quien convenía más la mujer de su amigo podía participar de ella con éste; y se encontraba muy decente poner la mujer a disposición de 'un buen semental' (como diría Bismark), aun cuando no fuese un ciudadano libre. De un pasaje de Plutarco, en que a una espartana envía su marido un amante que la persigue con sus proposiciones, hasta parece deducirse, según Schaemann, una libertad de costumbres aún más grande. Pero también, por esta razón, era cosa inaudita el adulterio efectivo, la infidelidad de la mujer a espaldas de su marido. Por otra parte, la esclavitud doméstica era desconocida en Esparta, por lo menos en la mejor época; los ilotas esclavos vivían aparte en las tierras de sus señores, y, por consiguiente, era menor la tentación de frecuentar a las mujeres de aquéllos para los espartanos. Por todas estas razones, las mujeres de Esparta tenían una posición mucho más respetada que entre los griegos. Las casadas espartanas y la flor y nata de las hetairas atenienses son las únicas mujeres de quienes hablan con respeto lo antiguos, y de las cuales tomáronse el trabajo de recoger los dichos.

Otra cosa muy diferente era lo que pasaba entre los jonios, respecto a los que es característico el régimen de Atenas. Las doncellas no aprendían sino a hilar, tejer y coser, a lo sumo a leer y escribir. No teniendo trato sino con otras mujeres, equivale a decir que eran prisioneras. Su habitación era un aposento separado de la casa, sito en el piso alto o detrás de ésta; los hombres, sobre todo los extraños no entraban fácilmente allí, donde se retiraban ellas cuando iban visitas masculinas. Las mujeres no salían sin que las acompañase una esclava; dentro de casa eran objeto de una vigilancia exquisita; Aristófanes habla de perros de presa adiestrados para espantar a los galanes, y (al menos en las ciudades asiáticas) para vigilar a las mujeres había eunucos, que desde los tiempos de Herodoto se fabricaban en Quios para comerciar con ellos, y que sólo servían a los bárbaros, si hemos de creer a Wachsmuth. En Eurípides se designa a la mujer como un oikurema, como una 'cosa' destinada al cuidado del hogar doméstico (la palabra es neutra), y, fuera de la procreación de los hijos, no era para el ateniense sino la criada principal. El hombre tenía sus ejercicios gimnásticos, sus discusiones públicas, de donde estaba excluida la mujer; además tenía esclavas a su disposición, y en la época floreciente de Atenas, una prostitución muy extensa y por lo menos protegida por el Estado. Precisamente, esa prostitución fue el punto de partida del desarrollo del carácter de ciertas mujeres griegas, que por su ingenio y su gusto artístico sobresalen por encima del nivel general del mundo femenino antiguo, tanto como las mujeres espartanas lo superan por el carácter. Pero el hecho sólo de que para convertirse en mujer fuese preciso antes hacerse hetaira, es la condenación más severa de la familia ateniense.


Con el transcurso de la edades, esa familia ateniense llegó a ser el tipo por el cual modelaron cada vez más sus condiciones domésticas, no sólo el resto de los jonios, sino también todos los griegos del interior y de las colonias. Pero a pesar del secuestro y de la vigilancia, las griegas hallaban harto a menudo ocasiones para engañar a sus maridos. Estos, que se hubieran ruborizado de mostrar el más pequeño amor a sus mujeres, recreábanse con las hetairas en toda clase de galanterías; pero el envilecimiento de las mujeres se vengó en los hombres y los envileció a su vez hasta hacerlos caer en las repugnantes prácticas de la pederastia y deshonrar a sus dioses con el mito de Ganimedes como se deshonraban ellos mismos.

Tal fue el origen de la monogamia, según hemos podido seguirla en el pueblo más civilizado, y que llegó al más culminante desarrollo de la antigüedad. De ninguna manera fue fruto del amor sexual individual, con el que no tenia nada de común, siendo los matrimonios de pura convención después, como lo eran antes. Fue la primera forma de familia que tuvo por base condiciones sociales, y no las naturales; y fue, más que nada, el triunfo de la propiedad individual sobre el comunismo espontáneo primitivo. Preponderancia del hombre en la familia, y procreación de hijos que sólo pudieron ser de él y destinados a heredarle; tales fueron, franca y descaradamente proclamados por los griegos, los únicos móviles de la monogamia. En lo demás, el matrimonio era para ellos una carga, un deber para con los dioses, el Estado y sus propios padres, deber que se veían obligados a cumplir. En Atenas, la ley no sólo imponía el matrimonio, sino que además obligaba al marido a un mínimum de pagos de lo que se llama débito conyugal.

Por tanto, la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y mucho menos aún como la forma más elevada de la familia. Por el contrario: entra en escena bajo la forma de esclavizamiento de un sexo por el otro, proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la historia. En un antiguo manuscrito inédito, descifrado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: 'La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos'. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con la propiedad privada, aquella época que aún dura en nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un retroceso relativo, en que la ventura y el desarrollo de unos verifícanse a expensas de la desventura y de la represión de otros. Es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que se propagan y crecen plenamente en esta sociedad.


La antigua libertad relativa de comercio sexual no desapareció del todo con el triunfo del matrimonio sindíásmico, ni aún con el de la monogamia. 'El antiguo sistema conyugal, reducido a más estrechos límites por la gradual desaparición de los grupos punaluenses, continuó adhiriéndose a la familia en su desarrollo ulterior y se agarró a ella hasta en la aurora de la civilización...; desapareció al cabo con la nueva forma del hetairismo, que sigue a los hombres hasta en plena civilización como una sombra densa que se cierne sobre la familia'. Morgan entiende por hetairismo el comercio extraconyugal, existente junto a la monogamia, de los hombres con mujeres no casadas, comercio carnal que, como se sabe, florece bajo las formas más diversas durante todo el período de la civilización y se transforma cada vez más y más en descarada prostitución. Este hetairismo desciende en línea recta del matrimonio por grupos, del sacrificio de su persona, mediante el cual adquirirán las mujeres para sí el derecho a la castidad. La prostitución venal fue al principio un acto religioso; practicábase en el templo de la diosa del amor, y primitivamente el dinero ingresaba en las arcas del templo. Las hierodulas de Amaitis en Armenia, de Afrodita en Corinto, lo mismo que las bailarinas religiosas agregadas a los templos de la India, que se conocen con el nombre de bayaderas (la palabra es una corrupción del portugués bailadeira), fueron las primeras prostitutas. La prostitución, deber de todas las mujeres en un principio, no fue ejercida más tarde sino por estas sacerdotisas, en reemplazo de todas las demás. En otros pueblos, el hetairismo proviene de la libertad sexual concedida a las jóvenes antes del matrimonio; así, pues, es también un resto del matrimonio por grupos, pero que ha llegado hasta nosotros por otro camino. Con la desproporción entre la propiedad, es decir, desde el estadio superior de la barbarie, aparece esporádicamente el salariado junto al trabajo de los esclavos; y con él, como un correlativo necesario, la prostitución por oficio de la mujer libre, junto a la prostitución obligatoria de la esclava. Así, pues, la herencia que el matrimonio por grupos legó a la civilización es doble, como todo lo que la civilización produce es también de dos caras, de doble lenguaje, contradictorio: acá la monogamia, acullá el hetairismo, comprendiendo en éste su forma extremada, la prostitución. El hetairismo es una institución social como otra cualquiera: mantiene la antigua libertad sexual... en provecho de los hombres. No sólo tolerado de hecho, sino que practicado también libremente, sobre todo por las clases directoras, repruébase nada más que de palabra. Pero en realidad, esta reprobación nunca va contra los hombres, sino solamente contra las mujeres; a éstas se las desprecia y se las rechaza, para proclamar con eso una vez más como ley fundamental de la sociedad, la supremacía absoluta del hombre sobre el sexo femenino.


Pero, en la monogamia misma, se desenvuelve una segunda antimonia. Junto al marido, que embellece su existencia con el hetairismo, se encuentra la mujer abandonada por su marido. Y no puede existir un término, de una antimonia sin que exista el otro, como no se puede tener en la mano una manzana entera después de haberse comido la mitad. Sin embargo, esta parece haber sido la opinión de los hombres hasta que las mujeres les pusieron otra cosa en la cabeza. Con la monogamia aparecieron dos constantes y características figuras sociales, desconocidas hasta entonces: el amante de la mujer, y el marido cornudo. Los hombres habían logrado la victoria sobre las mujeres, pero las vencidas se encargaron generosamente de coronar a los vencedores. El adulterio, prohibido con severas penas y castigado con rigor, pero indestructible, llegó a ser una institución social irremediable junto a la monogamia y al hetairismo. La certeza de la paternidad de los hijos descansó en el convencimiento moral, lo mismo después que antes; y para resolver la insoluble contradicción, el Código de Napoleón dispuso: "Art.312 - El hijo concebido durante el matrimonio titne por padre al marido". Este es el último resultado de tres mil años de monogamia.

djbm dijo...

Gracias Pedro Jose,

Muy interesante el artículo.

La desaparición de la propiedad privada, se reproduce en la familia, convirtiendo a la comuna en su sustituto natural.

En ellas, no solo no hay dependencias dentro de la pareja, sino que tampoco estos la tienen sobre sus hijos. A estos últimos, el mayor contacto con diversas personalidades y caracteres, genera en los niños de estas comunas, mayor sabiduría, mayor libertad, y una capacidad de relación mayor que los criados en familias monogámicas.

Posiblemente aborde este asunto en algún cápitulo posterior.


Un abrazo,
Diego

POSTMAIL dijo...

Buenas Diego,la sociedad nestes tiempos de consumismo e imediatismo só da conta de su inconformismo y isto infelizmente a afasta de suas verdades posibles y trocando a frase Inpossibilidad y insustentabilidade do ser, pos o querer tener custa caro só en pensar.Imagine cuantos pensam de forma erronea y destemperada, com nada a contibruir, com ou sen diñero
Saludos

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Luego, no solo imagínalo, sino que también, vive en él. Yo ya estoy allí, acompáñame.

Un abrazo,
Diego

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Diego