jueves, 31 de mayo de 2007

Trabajo y alcohol

El título elegido puede sonar contradictorio. La carga asociativa, que durante la historia de la humanidad se le ha puesto a estas palabras provoca esa sensación. Seguramente, al leer la primera, construyan en vuestras mentes la imagen de un abnegado padre de familia buscando el bienestar de sus seres queridos, en cambio, al enfrentarse con la segunda, esbocen una sonrisa, mientras brota el recuerdo de alguna persona exhibiendo un comportamiento inusual, bajo el efecto de esta sustancia. Sin embargo, a pesar de disparar escenarios tan distintos entre si, funcionan de la misma manera: nublan la conciencia de los seres humanos, los desconectan de la realidad que padecen, y disminuyen su poder intelectual y sensitivo, y principalmente, cumplen el mismo objetivo en la sociedad: crear individuos dóciles, sumisos, y fáciles de gobernar.

Este inteligente mecanismo del poder, no es un invento de nuestra sociedad, esa vida pendular, que alterna el trabajo y el alcohol, se encuentra en todas las eras, y cubriendo todos los sectores poblados del planeta, bastando un somero recorrido por la literatura histórica universal para comprobarlo.

Desde las tabernas medievales, pasando por los bares de comienzos de la era industrial, hasta nuestras psicodélicas discotecas, la pareja trabajo-alcohol ha sido el yin y el yang de la evasión de la conciencia. Ser conciente es doloroso, la mente reclama superarse, y los caminos están plagados de sufrimientos. Allí es donde aparece tentador el binomio mencionado, es visto como un anestésico sustentable, una vía para disociar la mente del alma, una forma de esclavizar a la primera en una tarea ajena y empequeñecedora para ser capaz de comprar alcohol en la cual diluirla, y con la cual debilitarla para cercenar su capacidad de hacer algo más complejo que la tarea proveedora. En este ciclo, al poco tiempo de transitarlo, el ser humano, sin darse cuenta, pierde su individualidad y se convierte en un herrumbroso engranaje, uno entre millones iguales, siendo movidos por algunos de sus pares, y moviendo a otros, girando incesantemente, oxidándose inexpugnablemente, perdiendo dientes hasta que se torna inútil, siendo remplazado despreocupadamente por otro igual, siendo olvidado, muriendo.

El hombre debe escapar de ese estado primitivo en el que se encuentra, debe trascender la máquina, debe superar la bestia, debe ser humano. Debe unir alma, mente, y cuerpo, y cuando esa trinidad comulgue, ahí recién podrá ser, podrá ser humano. El proceso va a estar plagado de sufrimiento, y no es seguro culminarlo, pero es el único camino en el que se sentirá realizado, en el que se sentirá vivo.

Los otros no son más que anestésicos, engaños, estrategias del poder para controlar a su rebaño, maniobras que se definen perfectamente con la popular frase “Dios aprieta, pero no ahorca”, a la cual habría que agregarle luego de una segunda coma, “esclaviza”, pero de esa manera los sacerdotes no podrían utilizarla como ejemplo de la misericordia de Dios. El poder funciona análogamente a Dios en esa frase, apreta hasta el máximo, y un instante antes de la asfixia, libera, pues un esclavo muerto no es útil, y al poco tiempo vuelve a apretar, siendo esa mínima extensión de su soltar, el factor clave de la trampa. El afán por utilizar esos cortos momentos de alivio, por olvidar rápidamente los padecimientos previos, y los que es seguro que vendrán, por evadir el constante martirio ocasionado por la carencia de sentido de la vida, es lo que provoca ese feroz deseo de apagar la mente y diluir la conciencia, y cuando alcanzan ese estado, las personas, experimentan una falsa libertad, una sombra de placer, pero no advierten que esas sensaciones son provocadas por que el poder esta aceitando los engranajes de su maquinaria.

El alcohol es el lubricante del hombre-engranaje, es lo que lo hace funcionar sin hacer ruido, sin trabarse, sin detenerse, es el aceite de la maquinaria del poder, con él, el hombre, sigue funcionando sin protestar, sin reflexionar sobre su esclavitud, sin luchar por su libertad, con él, paradójicamente cree liberarse, cuando en realidad esta perfeccionando su disfraz de engranaje, con él, por cobardía, se reduce a su mínima expresión, se sumerge debajo de los animales, no es la bestia que reside en su subconsciente, es solamente una máquina, un objeto que cumple ordenes.

El hombre si quiere serlo, debe evitar los anestésicos provistos por el poder, debe sufrir, y debe observar su sufrimiento, debe ser plenamente conciente de él, hasta llegar a percibir su disfraz de engranaje, y contra este disfraz debe convocar a su fiera interior, para dañarlo, desgarrarlo, destruirlo, debe tener coraje para soportar el dolor de la lucha, y debe luchar hasta morir, debe morir como engranaje y nacer como rebelde, y recién en ese momento, experimentará la verdadera libertad, la libertad conciente, la fusión del alma, la mente, y el cuerpo, la asociación de los deseos propios de su ser, de los aprendidos, y de las acciones que realiza para saciarlos, de esta manera en una única dirección fluirá su vida, y solo en pos de alcanzar su propia meta aplicará su fuerza.

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Diego

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