La sociedad sin dinero (Cápitulo 1 de ?: Introducción)
Durante largo tiempo tuve la inquietud de diseñar una estructura de sociedad justa. Para ello siempre consideré necesario evitar la acumulación de poder, y tuve como principio fundamental, el brindar exactamente las mismas posibilidades a todo ser humano que la integre.
En esa dirección, fui transitando distintas opciones. Empecé por mecanismos más o menos originales para el reparto de riquezas, a los cuales, a medida que le encontraba fallas los iba haciendo más complejos, hasta que inevitablemente se volvían insostenibles. Luego, consideré necesario abolir la herencia. Al menos de esa manera la acumulación de riqueza y poder sería menor, al contar con una sola vida para el voraz acopio, y a su vez, la imposibilidad de transferir las riquezas a sus descendientes, motivaría, que luego de un momento de inflexión en la vida, las personas ocuparan más tiempo en disfrutar su riqueza, y menos en acumularla. Esta idea padecía de la facilidad de desvirtuarla, bastando simplemente con traspasar los bienes mediante ventas simbólicas, y aún funcionando de acuerdo a su espíritu, presentaba el problema de las diferencias provocadas por el estrato social de los padres en la educación de sus hijos, la cual claramente incidía en las posibilidades de desarrollo de los últimos. Esta falta de igualdad requería de la antipática solución de extraer a los niños de sus familias, y brindarle una educación igual a todos ellos. Si bien este mecanismo establece la igualdad que la versión anterior carecía, la imagen que sugiere tiene un olor fascista tan potente que causa nauseas. Si controlamos nuestro estomago, y vemos la propuesta racionalmente, la misma es válida, siempre y cuando este centro funcione como una comuna, y que su misión sea exclusivamente aportar los medios necesarios para satisfacer las inquietudes de aprendizaje que tengan quienes se están formando allí, evitando de manera radical cualquier tipo de adoctrinamiento.
La cadena de razonamientos expuesta en el párrafo anterior, presenta la dificultad que existe para alcanzar algo tan natural como la igualdad de posibilidades para los seres humanos, y desnuda la profundidad de los cambios necesarios para alcanzar este objetivo.
Habiendo transitado esas elaboraciones mentales, y muchas otras que no quedaron en memoria o no aporta incluirlas, un día, planificando unas vacaciones, me ofrecieron un paquete turístico con la opción “all inclusive”, cuyo concepto me resulto muy seductor. Esta configuración, permitía a quién la contrataba, utilizar todos los servicios en el entorno de cierto complejo vacacional sin costo alguno. Si bien contratar esta opción implicaba un desembolso económico extra, que superaba ampliamente al que ocasionaría un uso normal de los servicios ofrecidos, su espíritu fue el que me resultó atractivo.
Vivir, al menos por cierto tiempo, en un lugar donde se pueda tomar todo lo que se encuentre atractivo en el camino, sin ensuciar el disfrute del mismo con una inoportuna transacción monetaria, me pareció una sensación en extremo agradable. Esa simple propuesta comercial, paradójicamente proponía una sociedad sin comercio, una sociedad sin dinero. Un universo donde sus seres brindan lo que alegremente producen, y toman lo que íntimamente desean. Un jardín del Edén en el cual experimentar completamente la vida, y del cual no somos expulsados por la voluntad del poder.
La distancia entre este idílico mundo y el nuestro, no es un camino compuesto por una compleja sucesión de cambios profundos, no es ni siquiera un camino, es simplemente una puerta, siendo ésta la desaparación del dinero, o más generalmente la desaparición del comercio.